Entradas desordenadas:

Facebook no facilita la posibilidad de rescatar entradas antiguas con comodidad, así que el desorden cronológico con que se suceden en este blog se debe a ello. Sólo con tiempo y paciencia se puede ir cada vez más atrás localizando reflexiones y pensamientos dignos de ser recuperados; la búsqueda resulta muy cansadora. Este blog hace una selección de la participación de Brigantinus desde su inicio... e introduce otras posibilidades no previstas en su origen... como "lo que no escribí en facebook" ... que, según creo, es la que encuentro más atractiva.

viernes, 25 de marzo de 2016

Una breve contribución para entender nuestras tribulaciones

30.9.2014

Hace ya bastante tiempo, vivo en Barcelona, que tengo la fuerte impresión de que "el problema catalán" no existe. Que, en realidad, que pasa en Cataluña y la forma de resolver la cuestión de su encaje con el resto de España es, en esencia, una cuestión de gran calado que tiene que ver con la forma en que el pueblo español interpreta conceptos claves como "democracia", "gobierno", "pueblo", "soberanía", "nación"y “Estado de Derecho".

Para decirlo en términos más resumidos: lo que habitualmente se suele llamar "el problema catalán", debería ser denominado en términos más globales como: "el problema español". Un enfoque muy antiguo de concebir las relaciones entre pueblo y gobierno, comunidades locales y estado. 

Dudo, y sigo dudando -todo hay que decirlo-, que la cuestión merezca ser analizada aquí. No tanto por desprecio al foro sino porque ya me resulta evidente que difícilmente llegaremos a una conclusión consensuada. Pero bueno, siempre (me digo) que "por mi que no quede", y aunque soy profundamente escéptico sobre las cualidades razonadoras nuestras cuando se combinan con creencias muy arraigadas también pienso que es probable que me equivoque, y así tomar una decisión de silencio puede ser la posición más cómoda y no necesariamente la más respetuosa. 

Me arriesgo, entonces, a exponer de manera sintética, resumiendo hasta el límite del aforismo, un pensamiento que debería tener mayor complejidad, referencias históricas y matices no menos importantes. 

1.

Empiezo por el principio. Hay dos formas básicas de democracia: la directa y la representativa. Como su nombre indica la directa supone que todos los implicados se reúnen en un lugar, discuten las cuestiones en liza y toman decisiones por mayoría.

En la segunda, en cambio, los implicados eligen "representantes" por un período determinado (o por cuestiones determinadas) y son estos últimos los que toman decisiones por mayoría.

La primera es la más sencilla, y es la que se da espontáneamente en los pueblos primitivos (como las pequeñas tribus del Amazonas); también cuando no hay mucha gente en la comunidad, y por supuesto es la más habitual entre los niños cuando, entre iguales, se enfrentan a una decisión colectiva. 

La primera es la más idealizada, también, porque supone la participación igualitaria de todos los implicados, y se la supone dotada de nobles virtudes, maravillosas, casi divinas, aunque en la práctica no se suele contabilizar todas las veces en que esas decisiones colectivas han conducido al grupo a un callejón sin salida.

No pretende desdeñarla, ni mucho menos, pero si sugerir que se debe mirarla con desconfianza tanto por su inmediatez (en las decisiones) como por la posibilidad de ser manipulada (por pequeños grupos perfectamente orquestados). 

2.

La democracia representativa es más sofisticada. Supone que un individuo, un igual entre iguales, se hace cargo de los pensamientos y preferencias de sus representados y actúa como si ellos estuvieran de cuerpo presente

Obviamente es imposible que en la práctica se produzca tal fusión entre representante y representados, pero se entiende -para ser prácticos- que si hay buena fe y el representante es honrado (que no "honesto" que es otra cosa) la "fusión" pretendida, operará de manera suficiente como para que las cosas funcionen bien; aceptando, naturalmente, que puede el representante dejarse llevar por sus propios pensamientos y apetencias, pero al serlo por un plazo determinado queda abierta la posibilidad de que sus representados lo reemplacen cuando llegue el momento por alguien más “fusionado".

La teoría es también sencilla, aunque no tanto como en el caso 1. Los pueblos primitivos la ensayan en algunos casos, los muy desarrollados la consideran perfecta -es decir que le atribuyen méritos descomunales- y los niños he observado que también apelan a ella, en los casos en que terminan peleándose y la democracia directa no es posible, aunque -dependiendo de la edad- prefieran acudir a un tercero investido de la autoridad y de la fuerza necesaria: un adulto, o sea un árbitro más competente. A veces las sociedades humanas apelan a este extremo: el árbitro. Pero nunca en cuestiones vitales con gran carga emotiva. 

3. 

Naturalmente que entre estos dos arquetipos platónicos de toma de decisiones democráticas hay casos mixtos, intermedios, y poco definidos. A veces las dictaduras surgen de la democracia directa directamente, y otras, en no menor cantidad surgen de democracias representativas que sólo representan a los representantes. Pero si miramos los extremos quizá comprendamos mejor si nos dirigimos hacia el norte o hacia el sur.

4.

Entrando en materia se puede decir, sin temor a exagerar, que la democracia de tipo 2, la representativa, es el modelo unánimemente aceptado y deseado en todo el mundo contemporáneo desarrollado. 

Aunque el diablo suele anidar en los matices, y esto es algo que critican causticamente los anti-sistema. Los más representativos son los anarquistas que consideran a la democracia representativa un nido de víboras que hay que tener controladas. Y la mejor manera la hallan en limitar el mandato de tal forma que los "representantes" tengan un mandato “revisable”, sujeto a diferentes comprobaciones y que están obligados a abandonar, en cualquier momento su función, si la mayoría de los representados, reunidos en Asamblea, deciden que ya está bien de esa política.

Las discusiones que se dan en "Podemos" actualmente, junto a las discusiones que espontáneamente surgen en cualquier otro movimiento popular y asambleario muestran la clase de preocupaciones que rumian los que miran a la democracia representativa de tipo 2 como una fuente constante de traición al pueblo y de enriquecimiento ilícito.

No andan descaminados en el diagnóstico, aunque el remedio puede llegar a ser peor que la enfermedad, en tanto la mayoría de la gente no se interesa por la política y maldita la gracia que les hace que la molesten constantemente para reunirse en la próxima asamblea. Basta con dar una ojeada a las comunidades de vecinos para captar ese estado de ánimo, apreciable por cualquiera que viva en una ciudad.


5.

Entrando más en tema, o sea entrando en España, hay que considerar otro hecho que no es una teoría sino un "estado de ánimo" permanente y subyacente. Tan habitual que normalmente ni siquiera es entrevisto. 

Me refiero a una reacción visceral, instintiva, emocional y colectiva de "suspicacia" por las razones que mueven a las autoridades a establecer cualquier clase de norma o cualquier clase de decisión.

En realidad no es instintiva de la especie humana; otros pueblos carecen de ella, como los japoneses (para mencionar uno, pero no el único), y más cerca de nuestra casa tenemos a los alemanes que suelen ser llamados "cabezas cuadradas" entre otras cosas porque ingenuamente creen que la autoridad "autoriza", como si no supiesen que la autoridad "va siempre a lo suyo" aunque no tengamos idea de en qué consiste eso tan suyo. Pero haberlo, haylo.

Este elemento sería anecdótico, puramente folk, sino fuera porque se entremete en la toma de decisiones y se interpone, en nuestra Iberia, como una sombra funesta entre el representante y sus representados.

6.

El que ha tenido la paciencia de seguirme hasta aquí quizá avizore por dónde voy. Y hasta puede pensar que no descubro nada nuevo. Pero en este caso mi respuesta sería de este tenor:

No se trata de descubrir algo nuevo, sino de ver como opera en un caso concreto, y como nos equivocamos al llamar "caso catalán" a lo que es profundamente español, de tal manera que los catalanes son más españoles de los que ellos creen y de los que otros españoles de la península sospechan.

7.
Hago notar, abundando un poco más en la tradicional desconfianza popular, que es normal en nuestra tierra alabar las decisiones judiciales con las que estamos de acuerdo, y negarle a las que no nos gustan cualquier elemento de objetividad o cordura. Es evidente que esta conducta resulta tan habitual y permanente que nadie se fija en ella, no es noticia.

8.

Abreviando que es gerundio: los españoles, todos, preferimos instintivamente la democracia directa, asamblearia, donde uno vota lo que quiere y no hay tu tía.

En su defecto aceptamos la "representativa" con la estricta condición de que los representantes sigan fielmente nuestros intereses, preferencias, prejuicios, y, por supuesto, nuestros valores aunque manejen información que no nos llega, sea por su naturaleza tanto como por no tenemos ganas de perder el tiempo estudiándola.

¿Cómo combinar lo que deseamos y lo que estamos obligados a aceptar? De esta manera: elegimos representantes para que trabajen y tomen decisiones, pero priorizamos, como señal de alerta y control, las "manifestaciones" públicas y ruidosas, con esloganes fáciles de memorizar, a manera de síntesis correcta en la solución de un problema complejo. Una buena manifestación, intensa y dramática como procesión de Semana Santa, y con melopeas coreadas por la multitud, nos ofrecen la seguridad del sentir popular que se expresa de manera clara y sencilla ¡Y los representantes que escuchen! que para eso tienen orejas.

Somos demócratas de corazón, asamblearios de siempre y escépticos profundos que aceptan los rituales jurídicos y estatales como una ornamentación provisional que se sustenta en la aprobación displicente de la gente mientras ésta se dedica a otra cosa.

9.

Por eso el caso catalán es en realidad el "caso español". Porque mucha gente, muchísima, incluso hasta me atrevería a decir que la mayoría, considera que las leyes deben durar, hasta que se logra reunir una cuantas y buenas monumentales manifestaciones.

Que la democracia supone tener leyes "flexibles" para que dónde hoy digan "dije" mañana se pueda decir "diego". 

Nota: esto es algo que dicen a coro periodistas y muchos políticos y a mi me llenan de perplejidad porque, pienso, en cualquier otro país civilizado un razonamiento de esta clase no sería llamado "político" sino "mendaz" u otro termino peor.

Es también el "caso español" porque los funcionarios que ocupan los puestos de gobierno dicen, en paralelo, que piensan incumplir las leyes y que también quieren cumplirlas, que la democracia es representativa y que lo que manda son las manifestaciones callejeras, y que las autonomías son soberanas porque lo dice la constitución... si se la interpreta "políticamente".

Esta clase de falacias son muy españolas, propias de cualquier parte de nuestro caótico Estado, sólo falta que se den algunos estímulos apropiados para que surjan como las setas después de la lluvia.

10.

Creo que fue Ortega y Gasset quién en las discusiones del congreso en 1931 polemizó con Azaña, a raíz justamente del nuevo estatuto para Cataluña que el gobierno presentaba a la aprobación de sus señorías, que "El caso catalán no se soluciona, sólo se conlleva”. Pues bien, parafraseando a nuestro ilustre paisano, bien podríamos decir que España se conlleva, se aguanta y hasta uno puede llegar a quererla en sus contradicciones imposibles. Lo último es psicológicamente seguro porque se ha comprobado muchas veces que a padres absentistas corresponden hijos que los añoran.

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