8.12.2014
Estos días, aparte de mis otras lecturas, empecé a releer -en orden cronológico- las novelas de Henning Mankell con el inspector Wallander como su figura principal. Las había leído allá por el 2002, 2003 y los siguientes años en que se publicaron; por cierto de manera desordenada, lo cual dificultaba la comprensión de los cambios que sufrió el protagonista. Voy por la cuarta: "El hombre sonriente"; las tres primeras son, en este orden: Asesinos sin rostro, Los perros de Riga y La leona blanca.
Conservo todas las novelas de la serie hasta la última, mejor dicho la penúltima, porque Tusquets editó al final otra que no se ajusta a la serie citada. Ésta última no la leí, me doy por satisfecho con todas las que tengo en dónde llega Wallander a su estado final, cuando se inicia su Alzheimer.
Lo que me alegra es que apenas recuerdo detalles secundarios pero sin que me quiten para nada el placer de volver a descubrir la historia como si la leyera por primera vez.
Es algo que he hecho varias veces en mi vida cuando topé con un autor especial; luego de leerlo, dejar el libro en maceración varios años (o décadas) y luego retomarlo una vez que creo haberlo olvidado en todo o en parte.
Estas lecturas me ofrecen un placer singular ya que no sólo vuelvo a leer un libro que sé que me ha gustado sino algo más sutil, algo que se relaciona con el tiempo en que lo leí por primera vez.
No conozco a nadie de mi entorno que haga lo mismo, a pesar de recomendarlo cuando surge alguna oportunidad.
Me pregunto a que se debe esa regla invisible que algunos siguen: no releerás. Incluso aunque uno se acuerde de todo, o casi, ciertos libros lo merecen; sólo las novelas del género policíaco, y similares, conviene que el tiempo sea más largo. Me pregunto una y otra vez ¿Por qué la gente no relee? No termino de entenderlo
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