20.06.2016
Goffman fue un autor que me impresionó mucho en su momento; y de alguna forma marcó, al leerlo, mi manera de pensar en algunos aspectos.
Quizá por ello, reflexiono ahora, me llama tanto la atención el simple hecho cotidiano de pasar al lado de alguien y reconocerlo como "conocido" o ignorarlo como "desconocido". Lo llamativo, para mí, es que esta cualidad (la de ser "conocido") hace variar radicalmente nuestro comportamiento: antes pasaba una cosa, algo, una sombra, y se cruzaba por segundos en nuestro camino.
En cambio si lo "conocemos" lo reconocemos inmediatamente como un humano, y por lo tanto merece, como mínimo un saludo de reconocimiento. ¿Cómo el apenas significativo hecho de habérsenos presentado en algún momento, e intercambiado algún que otro gesto, verbal o físico, cambia radicalmente nuestra percepción de él en este momento?
¿Qué hay -me pregunto- detrás de esta conducta tan repetitiva que escapa a nuestra conciencia? Algunos psicólogos estudiaron que toda novedad -una persona desconocida es en sí mismo una novedad- desencadena un proceso que puede analizarse en tres momentos: el primero en el que juzgamos el carácter peligroso o no de la novedad; el segundo, si es agradable o no y el último, pero no menos importante, en qué categoría entra entre la multitud de personas que conforman nuestro entorno emocional.
Evidentemente toda persona ya "conocida" tiene un expediente, un dossier mental en nuestra memoria, al cual acudimos no bien la divisamos. Este expediente puede tener una sóla página, y en ella unas pocas líneas, pero ya está abierto; existe. Ello le presta un estatus radicalmente distinto: es humano, con todo lo que ello implica.
Analizar estos encuentros tan triviales y las miles de veces que nos suceden -sobre todo si vivimos en un pueblo o ciudad- no es tan trivial como podría suponer cualquiera. Está en el centro de cómo interpretamos el mundo y las noticias que tenemos de él; contribuye a crear nuestra "burbuja" existencial, fuera de la cual solo existe una masa amorfa sin mayor interés, y, en última instancia, es la frontera hasta dónde nos permitimos ejercer una conducta benevolente y caritativa. No es moco de pavo, no :-)